miércoles, 4 de julio de 2012

El famoso miedo a no poder llegar a la meta


Hace un tiempo cuando vivía en Caracas, mi ciudad Natal, fui a una librería a buscar el regalo del día de la madre para mi suegra, a quien le gusta leer un montón, por lo que decidí que nada mejor que un libro para darle. Estaba en la librería de Parque Cristal, porque en ese momento trabaja ahí, y el dueño me dijo “Si tu suegra es de las que le gusta leer lo ultimo de lo ultimo, tiene que leer a Jorge Bucay”… y asi fue como llegue a "Cuenta conmigo" de este autor porteño: Jorge Bucay, cuando todavía no sabía que en un año estaría viviendo en su ciudad. El dueño de la librería también me conto que esta es la 2da o 3era parte de una serie de libros que cuenta la historia de Demian, un pibe muy inseguro que en la madurez sigue consiguiéndose con sus temores de cuando era mucho mas joven. El libro no lo compre para mí, pero me parece que ha llegado el momento de agregarlo a mi colección… acá les dejo una de las partes que copie para otro blog que escribo, y que me parece muy acertado compartir con ustedes, Esa vez no solo copié el cuento que le relata El Gordo (el terapeuta) a Demian (el personaje principal) sino que transcribí desde la conversación que dio pie a contar esa historia...
- Ah... el famoso miedo a no poder llegar a la meta - dijo el gordo - así que ése es el máximo objetivo. Llegar a la meta.
- Claro, como el de todos, supongo.
- Como el de todos, no.
- Para ti es fácil decirlo porque llegaste. Formaste una familia, una pareja fantástica, y te volviste un profesional de éxito, haces lo que te gusta, vives donde quieres, no pasas apuros económicos... Así es fácil decir que no interesan las metas.
- No estaba hablando de mí. Pero ya que lo pones en esos términos, te voy a contar. Yo también anduve por esa vereda en la que hoy caminas, Demián. Y en ese momento tuve las mismas dudas, iguales temores, más fantasías de catástrofe y muchos más deseos de abandonar la lucha.
- ¿Y qué pasó?
- Pasaron dos cosas. Una, que alguien me enseñó, algunos me mostraron, pude darme cuenta de que puede haber otra posibilidad. La posibilidad de que la meta no sea el objetivo. La posibilidad de que el camino en sí sea el objetivo de andar. La idea de transitar en un rumbo sin vivir cada pasó como un examen. El placer de avanzar en una dirección.
Me quedé mudo. Ahí estaba. Tan sencillo...
- ¿Por qué no me lo dijiste antes?
- Te lo dije, Demián, Cientos de veces. Las primeras veces que me lo escuchaste eras demasiado joven para creerme. Las demás, estabas demasiado distraído con las urgencias o demasiado cegado por la vanidad que te invade cuando te das cuenta de que se puede llegar donde pocos han llegado.
- Dijiste que te pasaron dos cosas, ¿Cual fue la otra?..
- La otra fue consecuencia de este darme cuenta. Cuando dejé de correr tras la sombra de mis expectativas, empezaron a aparecer oportunidades mayores que las que nunca había imaginado y compañeros de ruta, fieles y confiables. Yo estaba despierto y los vi...
- Pero me estás diciendo que tuviste la suerte de que todo esto te pasara y eso no se puede predecir, Gordo...
- Es verdad que no se puede predecir ni controlar, pero toma esta idea como si fuera cierta (y si hace falta anótala porque no quiero que dentro de otros veinte años me preguntes por qué no te lo dije antes): la suerte nunca se acerca a los que en lugar de ir en pos de un sueño se limitan a ir tras una meta de vanidades. Nunca, Demián. NUNCA.
- Nunca - Repetí... y el Gordo me contó esta historia:

 El gordo hizo una pausa y remató:
Hace algunos años, en Oxford, ocurrió un evento muy poco común. La universidad se llenó de alumnos y exalumnos que concurrían a la ceremonia de doctorado honoris causa de una mujer: Hellen Keller. La doctora Keller había nacido cincuenta años antes ciega y sorda. Fue gracias a los sueños y al trabajo de otra mujer, Ann Sullivan, que esa niña, que algunos pensaron que se debía dejar morir, se transformó en doctora en filosofía de casi todas las universidades del mundo, escritora de varios libros y conferencista de todos los ámbitos intelectuales del planeta. El rector de la universidad presentó a la señora Keller. En el estrado, un traductor le retransmitía el discurso del catedrático mediante pequeños golpecitos cifrados de los dedos del traductor sobre la palma de la mano de la homenajeada. El rector dijo:
- Es un alago para nosotros y un honor para mi recibir esta noche a una de las personas que más admiro. Una mujer que habiendo nacido con muchísimas menos posibilidades y recursos que cualquiera de nosotros, ha llegado donde ninguno ha siquiera pensado en llegar. Señores y señoras, nuestra doctora en filosofía Hellen Keller.
Hellen se adelantó al podio y después de recibir un abrazo del rector le pidió al traductor que la dejara sola frente al micrófono.
Con las dificultades de dicción que supone la manera de pronunciar de una persona sorda y ciega de nacimiento, Hellen habló para todos:
- Estoy de acuerdo con el señor rector en algunas cosas, pero no en otras - dijo - deberá disculpárseme, es parte de la deformación profesional de los filósofos - la gente se rió y aplaudió.
"Estoy de acuerdo, por ejemplo, en que soy una mujer digna de admiración - más risas y aplausos - pero disiento firmemente del argumento. No soy admirable por lo que conseguí habiendo nacido con mi discapacidad. Soy admirable, en todo caso, por el solo hecho de haberlo intentado.

El Gordo hizo una pausa, y remató:
- La suerte nunca se acerca a los que se ocupan tibiamente de lo que aman y sólo de vez en cuando.

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